Como era habitual la sala de espera estaba llena, pero ayer era un día especial. Había dos parejas de personas hablando e incordiando. Tanto ruido levantaba el cabalgar de sus lenguas que ni se enteraron cuando el médico les llamó, por lo que el médico creyó que al que había llamado no se había presentado y llamó a la siguiente persona. En cuanto salió la persona que había entrado ya te puedes imaginar la que se montó: "que si usted ha llegado después que yo", " que si tenía hora después de mí", etc. Cuando lo mejor que podía haber hecho la pareja era callarse y asumir su propia culpa.
Era curioso, como enfrente de mí había dos señoras mayores despotricando contra la juventud y no tan juventud "de hoy en día". Ya podían aprender que en una sala de espera del médico no se debe tener el móvil con volumen estruendoso, ni tampoco se debe criticar "las pintas" de la gente que va al médico por respeto a los demás.
Al final llegó mi turno (que no mi hora jajaja) y entré en la sala de interrogatorios. Digamos que mi médico también es especial. Tras contarle mis signos y síntomas me exploró. Le había dicho que tenía unas amígdalas "monstruosas" y cuando me estuvo explorando la boca lo confirmó, mientras ya le intentaba decir "¡¿Ves?! Te lo dije" con un sonido gutural (por verme obligado a tener la boca abierta mientras me miraba) y con un asentimiento de cabeza. ¿El final del capítulo? Que asuntos internos dejó a mis amígdalas salir bajo libertad vigilada a expensas de los resultados de un frotis de garganta y de lo que el juez dictamine.
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