miércoles, 14 de septiembre de 2011

Locura

La ceniza, el polvo, la tierra y las piedras forman el sustrato donde florecen las flores y las malas hierbas. Estamos rodeados de paredes de ladrillo mientras en algún pueblo se va desmenuzando poco a poco un muro de adobe, construido por algún campesino ya enterrado o que se está consumiendo de Alzheimer olvidado por sus allegados.

Más allá, alejada de una ciudad, para que se distinga mejor si cabe, se ensombrece un centro penitenciario en el que habrá alguien intentando mantenerse cuerdo. Con sus uñas intenta arañar la cordura aunque su intento le empuje más al eclipse total.

En el centro de la ciudad, tenemos un gran hospital con una planta especial. Una planta donde las enfermeras caminan con la precaución de no llevar ni bolígrafos, ni tijeras ni ningún objeto que pueda causar lesión alguna. Allí van a parar aquellas personas a los que persiguen sus fantasmas más profundos o aquella vagabunda con síndrome de Diógenes, la cual los servicios sociales avisados por la policía municipal han llevado hasta allí.

Me gusta imaginarme a toda esta gente, que vive en esa percepción superior, con el pie en inversión arrastrando el rocío que se quiere posar en el éter imaginario. Que ven a una joven vestida con un mono. No lleva pantalón -piensan, y de repente se ponen a cantar- pantalón, pantalón. A lo mejor este ejemplo es resultado de una cadena de pensamientos bastante lógica, pero podemos estar seguros de que sus demás decisiones siguen los mismos cauces. Eslabones de pensamientos, pulsiones, hormonas y conductas que los elevan al status de druidas en nuestro mundo.

De vez en cuando un iluminado, cantante, artista, escritor o filósofo se acuerda de la gente que vive en tinieblas, que danzan por encima de nuestras percepciones. A veces simplemente para encumbrarse a la cima de nuestra colina o porque realmente hayan tocado con los dedos, por un instante, ese mundo. Pronto se olvidan. Alguna vez que otra lo sacarán a la luz pero rápido se posará sobre las cenizas.

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